Don Teobaldo de Miguelturra, caballero andante

En un lugar de la Mancha, Miguelturra, nació a mediados del siglo XIV un niño al que pusieron de nombre Teobaldo. El pequeño Teobaldo resultaba “difícil de ver”. Por el contrario, creció sano y muy fuerte. Tanto es así que de joven ingresó como caballero en la Orden de Calatrava en cuya defensa salió victorioso en cien combates mostrando siempre un gran valor y arrojo. Ya nombrado caballero andante tomó el nombre de Teobaldo de Miguelturra en honor a su lugar de nacimiento y se dedicó a viajar con su caballo por esos campos de Dios deshaciendo entuertos, protegiendo a los débiles y desvalidos y buscando justicia para ellos. También con la firme idea de encontrar una esposa que le acompañara el resto de su vida, algo que no había podido conseguir por culpa de su mencionada fealdad.

En esas andaba el bueno de Teobaldo cuando un día le llegó a sus oídos que en un reino cercano se iba a celebrar un torneo de caballeros con el preciado premio para el vencedor de conseguir la mano de la princesa. Cuando iba camino del reino a Teobaldo se le cruzó una liebre por el campo, sintió el estómago vacío y no dudó en perseguirla lanza en ristre. La persecución fue larga y dura terminando en el fondo de una profunda cueva en la que se había metido el animal. Al llegar al final de la caverna Teobaldo encontró, en lugar de la liebre, a un extraño hombre que le saludó como si le conociera toda la vida que le dijo que sabía que iba al torneo y que podía ayudarle. Teobaldo, curtido en mil batallas, no se asustó y contestó al siniestro personaje que así era y que le mostrara la ayuda que le podía dar. El hombrecillo le dijo que le iba a proporcionar unas armas extraordinarias y un caballo fabuloso, pero que para tener éxito debía arrancarle una crin al caballo y guardársela, ya que así le daría una fuerza inconmensurable y le haría invencible, pero debería desprenderse de ella tras el torneo. Teobaldo, aún dubitativo, le preguntó acerca de lo que le tendría que dar él a cambio, a lo que contestó el extraño personaje que no se preocupara, que ya se lo diría cuando regresara victorioso del torneo. Teobaldo pensó que poco tenía que perder y aceptó la oferta.

El día del torneo Teobaldo encontró fuera de su tienda de campaña, tal y como le había prometido el hombre de la cueva una armadura negra, un escudo negro, una espada y un caballo negro ébano imponente y precioso. Con todo ello se dirigió al lugar del torneo.

El torneo comenzó presidido por la princesa y desde las primeras justas Don Teobaldo fue acabando con suma facilidad con todos sus oponentes, algo que puso muy nerviosa a la propia princesa, pues al presentarse quedó asustada de su enorme fealdad. Llegó el último combate y Teobaldo ganó con igual facilidad ante los lloros de la princesa. Cuando iba a reclamar su mano apareció un misterioso caballero en un caballo blanco que deslumbraba y resplandecía tanto como las vestimentas que lucía del mismo color y pidió un último combate. El rey, a petición de la angustiada princesa, le concedió tal honor. Nada más comenzar la pelea Teobaldo se dio cuenta que sus armas apenas hacían mella en su oponente y el caballero blanco comenzó a arrojar su brillante espada contra Teobaldo que apenas podía esquivarla, mientras que la suya no producía ningún daño en el caballero blanco y así, tras una desigual lucha, el caballo negro y su jinete cayeron vencidos a los pies del recién llegado. El caballero blanco se acercó a Teobaldo y le susurró que él sabía de su buen corazón pero que había sido engañado por el mismo diablo, algo que entendería cuando fuera a su encuentro, le dijera que había salido vencedor y le preguntara por el favor que le debía hacer. Entonces le pidió que renunciara a la princesa y, que, por el contrario, la sirviera y protegiera. Teobaldo asintió y cuando iba a darle las gracias el caballero había desaparecido.

Teobaldo que, como buen manchego, era bondadoso, pero no tonto, se guardó y no tiró la crin del caballo que tanto poder le daba y se fue a ver al misterioso hombre. Cuando le dijo que había ganado la mano de la princesa, el hombrecillo entre terribles carcajadas adoptó un aspecto monstruoso y gigantesco y dijo a Teobaldo que era el diablo y lo que quería era el alma de la princesa. Teobaldo, sabedor de la fortaleza que le daba poseer la crin comenzó a golpearlo con espuelas y espada dándole tal paliza que estuvo a punto de acabar con él. El diablo se tuvo que esconder en lo más profundo del averno de donde jamás volvió a salir.

La princesa, al año siguiente, se casó con un príncipe virtuoso como ella y don Teobaldo de Miguelturra se convirtió en su protector con la enorme satisfacción añadida de haberle dado una buena paliza al diablo”.

Esto que acaban de leer es una adaptación libre de uno de los famosos y célebres cuentos de Calleja. Cuentos que hicieron las delicias de niños y grandes desde 1876 hasta 1957, año en el que cerró la editorial (aunque su fama persistió bastantes años más).

El principal objetivo que perseguí con la publicación del libro El Eco de Miguelturra fue dar a conocer el hecho de la utilización del nombre de Miguelturra en obras de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En el libro ya anuncié que seguramente habría muchas otras obras que habrían desaparecido y otras que se irán descubriendo con el paso del tiempo. De hecho, desde que se mandó el libro a la imprenta hace ya casi un año, he podido encontrar unas cuantas obras más en las que se utiliza el nombre de Miguelturra y que iré presentando próximamente. Este cuento es un ejemplo significativo de una de ellas. Aquí nos encontramos con la utilización de Miguelturra como el lugar de nacimiento de una persona, Teobaldo, que es, nada más y nada menos, que un caballero andante. Esta historia pertenece a un cuento titulado El Torneo del Diablo escrito por José María Muñoz Escámez y que junto con otros 38 cuentos más fueron publicados en 1913 en el libro de la editorial Calleja “El Recreo de mis Hijos” que pertenecía a la colección “Los cuentos de Calleja”.

Como curiosidad, hay que destacar que, en la versión digital de este libro falta la parte final del cuento, está incompleto. Sin embargo, tenemos la suerte de que una parte de este libro (19 cuentos) se publicó en inglés también en el año 1913 para ser distribuido en Gran Bretaña y Estados Unidos en un libro titulado “Fairy Tales from Spain” que contó con ilustraciones de William Matthews (las imágenes que acompañan este texto son suyas). En este libro si está el cuento completo con el título The Devil’s Tournament y en él José María Muñoz Escámez dedica las siguientes palabras a los niños de habla inglesa: “Estas historias están basadas en cuentos tradicionales de origen español. Mi deseo es que les gusten a los niños ingleses, esperando que encuentren en ellos algo más que una mera diversión”.

José Muñoz Escámez, escritor y periodista, nació en 1866 y falleció en noviembre de 1937 en París. Licenciado en Letras, fue redactor de El Movimiento Católico y de La Correspondencia de España, además de colaborador de El Mundo de los Niños, Blanco y Negro, La Ilustración Católica, La Naturaleza además de otras publicaciones periódicas​. En 1902, tras ser director en Madrid de El Médico Práctico marchó a Paris donde vivió el resto de su vida y donde fue director propietario de la editorial Franco-Americana. Alcanzó gran parte de su fama escribiendo cuentos para la Editorial Calleja de los que escribió más de 400.

  • Fuentes: Fairy Tales from Spain, Ed. J. M. Dent & Sons Lmtd. de Londres y E. P. Dutton & Company de Nueva York (1913); El Recreo de mis Hijos, Ed. Calleja, Madrid (1913); ABC (16/11/1937); Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX; Manuel Ossorio y Bernard (1902)

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