La magia de la enseñanza bajo el sol del Sáhara: un viaje que cambia vidas

El calor abrasador del desierto, el sonido del viento arrastrando la arena y el aroma del té a la menta se han convertido en parte del universo de Marina Pérez Camacho, una joven maestra de Miguelturra que, por tercer año, ha dejado su hogar para sumergirse en una realidad que la ha marcado para siempre: los campamentos de refugiados saharauis. Marina es una de las coordinadoras del proyecto de prácticas en el Sáhara, impulsado desde hace diecinueve años por la Facultad de Educación de la UCLM en Ciudad Real, con el apoyo de la Diputación Provincial de Ciudad Real y la propia universidad. Este año, junto a otros 76 estudiantes de 4º curso de Magisterio, tanto de Educación Infantil como Primaria, pasará tres semanas compartiendo conocimiento y emociones con los niños saharauis.

Además de Marina, otros seis jóvenes de Miguelturra también forman parte del proyecto este año: Carmen Vidal Bartolomé, Rocío Sánchez Gómez, Raquel López Briñas, Iván de la Cruz Fernández, María Ledesma Andrés, Carla Ceca Palmero, Lucía López-Serrano Rodríguez y Paula Velarde Camacho. Todos ellos han viajado ya al Sáhara para vivir esta experiencia transformadora.

Marina lo tuvo claro desde el primer momento. «Desde que entré en la carrera, yo había oído hablar de este proyecto y tenía claro que quería ir», recuerda. Su inquietud por la injusticia social y su pasión por la educación la impulsaron a dar el paso. «Me daba mucha curiosidad conocer la historia del pueblo saharaui», confiesa.

El primer viaje no fue fácil. «Las emociones que se viven allí son una montaña rusa», cuenta. «Al principio sentía miedo: estás lejos de tu familia, en un campamento de refugiados, en una realidad que desconoces y conviviendo con una familia que tampoco conoces. Pero una vez que llegas, te acogen como si fueses uno más y te dan todo lo que tienen». En esas primeras semanas descubrió algo que la marcaría para siempre: «Para mí, es mi lugar de paz y solo siento felicidad».

Marina Pérez junto con los niños y niñas del Sáhara.
Marina Pérez junto con los niños y niñas del Sáhara.

Una experiencia transformadora

Terminar la carrera no significó para ella el fin de su compromiso con el proyecto. Volvió el año pasado y este año, además, es una de las coordinadoras. «Desde que estuve la primera vez, tuve claro que quería seguir en esta iniciativa». Como coordinadora, sus funciones son múltiples: acompañar a los estudiantes, resolver problemas con las familias de acogida o en los colegios, supervisar la actividad escolar y, sobre todo, ser un apoyo emocional para todos.

El día a día en los campamentos es intenso. «De domingo a jueves damos clase por la mañana. Por las tardes hay actividades de formación o extracurriculares y reuniones de coordinación«, explica Marina. Además, los estudiantes visitan el centro de educación especial, el centro de ciegos y sordos, participan en el Sáhara Maratón y comparten celebraciones locales con la comunidad.

La estancia en el desierto también tiene su parte desafiante: «Nos alojamos en casas de adobe con familias saharauis, con las que compartimos la comida, normalmente cuscús, camello o platos sencillos como pollo, arroz y pasta». La adaptación al clima extremo es clave: «Es un lugar inóspito, sin carreteras, con mucho calor de día y frío por la noche«.

El pueblo saharaui: entre la lucha y la esperanza

El pueblo saharaui sobrevive en condiciones extremas. «Viven básicamente de la ayuda humanitaria y tienen dificultades para acceder a servicios básicos como la sanidad o la educación«, lamenta Marina. Además, quienes residen en el territorio ocupado «sufren represión, violaciones de derechos humanos y restricciones en la libertad de expresión«. A pesar de todo, destaca su admirable resiliencia: «Siguen movilizándose y manteniendo la esperanza de recuperar su territorio«.

Cada despedida es un torbellino de emociones. «Vuelves a casa con tu familia y con todas tus comodidades, pero ellos se quedan allí, encerrados en una situación sin salida. Sientes culpabilidad, porque sientes que los abandonas«, admite. «Una vez que vas, cuando en España escuchas hablar sobre el conflicto, ya no es algo lejano: le pones cara a esa problemática«.

Este año, Marina asume una nueva responsabilidad con entusiasmo. «Tengo ganas de seguir aprendiendo y de mostrarle a los nuevos estudiantes mi visión sobre la educación». Además, ha preparado un proyecto específico: «He conseguido material para trabajar la estimulación de las funciones ejecutivas de los alumnos con discapacidad y voy a formar a los maestros saharauis sobre cómo usarlo».

Para Marina, el Sáhara es mucho más que un destino: es una segunda casa, una lección de vida y un compromiso que la seguirá acompañando siempre. Mientras las olas de arena siguen moviéndose con el viento, su historia es la prueba de que la educación tiene el poder de transformar no solo a quienes la reciben, sino también a quienes la imparten.

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